Columnista invitado: Hans Rothgiesser
Cuando la sociedad se propuso viajar al espacio, agarró de todas las áreas posibles de la inventiva humana para poderlo hacerlo realidad. De pronto, científicos que desarrollaban mejoras a cohetes fueron más relevantes; Adelantos en transmisión de información se hicieron de pronto vitales. No obstante, ¿Alguien también pensó desde el comienzo en qué vestirían los astronautas y quién estaría a cargo de eso? ¿Hubo algún invento previo que se pudiese usar como base para lo que efectivamente usarían luego los seres humanos en sus primeros paseos por el espacio?
Resulta que sí. Existió un inventor español adelantado para su época, Emilio Herrera, que en el Siglo XIX ya soñaba con salir de la estratósfera y que terminó siendo un precursor de la aeronáutica. Nació en Granada en 1879 y fue apasionado de la aviación desde que era muy pequeño. Perteneciente a una familia de clase media e hijo de un padre miembro del ejército, de quien heredara el gusto por Julio Verne, organizaba por su cuenta ferias y conferencias científicas.
Eventualmente, el joven Emilio también se enlistaría en el ejército con la intención de estudiar ingeniería aeroespacial en la Academia de Ingeniería de Guadalajara. Se especializó en globos de aire caliente y participó en campañas militares en África del norte con sus globos aerostáticos. Fue el primer ser humano en atravesar Gibraltar por aire, y llegó a obtener el grado de General.
Sus reconocimientos le valieron la amistad del Rey Alfonso XIII. Es más, luego de que éste abdicara, Herrera lo acompañó en su exilio a París. Más adelante, el mismo rey lo convencería de regresar a servir a su patria. Allí fue cuando se embarcó en su proyecto más ambicioso: llegar a la estratósfera en un globo aerostático diseñado para este propósito.
Del intento en 1928 del aeronauta Benito Molas, durante el cual murió toda la tripulación por falta de oxígeno, Herrera sabía que el reto no solamente implicaba la construcción de un globo que pudiese elevarlo 20 mil metros, sino que necesitaba crear un traje que lo protegiera de las condiciones que allí encontraría: gélidas, sin presión ni oxígeno, pero sin limitar su movilidad para poder realizar mediciones y experimentos durante el vuelo. Fabricó entonces un prototipo con tres capas: La primera de lana, la segunda de caucho y la tercera de cables de metal. Todo esto envuelto en una protección de plata que se suponía que debería evitar que el traje se sobrecaliente. El casco cilíndrico estaba cubierto de aluminio y contaba con una ventana frontal con tres capas de vidrio para proteger de la radiación, así como un micrófono para comunicación por radio. Los codos, las rodillas y demás partes que debían ser flexibles tenían una especie de acordeón que permitían el movimiento.
Lamentablemente, el inicio de la guerra civil española pondría fin a sus experimentos. Emilio Herrera fue fiel a la república española y se mantuvo en el exilio en varios países aún luego de acabada ésta. Vivió del dinero que le generaban sus patentes y las colaboraciones que producía para revistas especializadas en aeronáutica y energía nuclear. Treinta años después de sus experimentos, la NASA tomaría el prototipo de Emilio Herrera como base para su traje espacial. De hecho, hay testimonios que aseguran que la NASA se puso en contacto con él para pedirle que colaborara directamente, pero éste se negó porque no querían llevar la bandera de España a la Luna. No obstante, cuenta la leyenda que el mismo Neil Armstrong, en agradecimiento por su aporte, le llevaría una roca lunar a uno de sus más notables discípulo, Manuel Casajust Rodríguez.
*Economista de la Universidad del Pacífico con maestría en periodismo por la Universidad de Gales (Reino Unido). Actualmente miembro del Consejo Consultivo del Grupo Stakeholders.