Columnista invitado: Hans Rothgiesser*
Entre los que trabajan en la industria aeroespacial norteamericana existe el término “go fever”, también conocido como “launch fever”. Se refiere a ese sentimiento que tienen muchos de cumplir con la entrega de un proyecto para una fecha o una hora definida, dejando pasar problemas potenciales o errores que se pueden ir cometiendo porque se acelera todo. Este término se comenzó a usar en 1967, cuando el Apollo 1 se incendió.
El A S-204, mejor conocido como el Apollo 1, fue la primera misión de los Estados Unidos con tripulación humana con el objetivo de llevar al primer hombre a la Luna. Lamentablemente esta misión nunca despegó, porque un fuego durante una prueba de ensayo en Cabo Kennedy arruinó parte del equipo y mató a los tres tripulantes. Luego del accidente se designó más de un equipo para investigar las razones del fuego.
Se comenzó a usar el término “go fever” para ese sentimiento que tenían los técnicos de NASA a partir de que se da el “go”. Es decir, a partir de que se dice que el lanzamiento es necesariamente en un número de días o de horas. Los profesionales se empecinan en cumplir el plazo y hacen lo necesario, lo que a veces los lleva a tomar decisiones imprudentes. Eso fue lo que llevó a los errores que se cometieron para que el Apollo 1 terminara incendiándose y atrapando a los tres tripulantes. Es un fenómeno que se repitió en 1986 con el desastre del Challenger.
Lo que sucedió fue que el trasbordador espacial OV-099, conocido como el Challenger, se quebró en el aire 73 segundos después de haber despegado. En este accidente fallecieron siete tripulantes. Era la vigésimo quinta vez que el trasbordador salía de la atmósfera. Su misión en esta oportunidad era colocar en órbita un satélite de comunicaciones y estudiar el cometa Halley mientras éste pasaba cerca de la Tierra. Lamentablemente la nave se terminó desintegrando sobre el Océano Pacífico, frente a Florida. El presidente Reagan formó una comisión para investigar cuál fue el problema. Se encontró la razón técnica, pero además se criticó la cultura organizacional de NASA y sus procesos de tomas de decisiones que contribuyen a que las probabilidades de estos desastres sucedan.
Por ejemplo, en 1977 una prueba ya había revelado que había un error en la pieza que causó el accidente de 1986. La NASA no abordó la preocupación y Morton Thiokol -proveedor de la pieza en cuestión- tampoco. La pieza fue rediseñada luego del accidente, de tal manera que el Endeavour, el reemplazo del Challenger, fuese ligeramente más seguro. No obstante, el “go fever” siguió siendo parte de la cultura de la NASA. Esto se vio reflejado nuevamente en 2003, cuando hubo un tercer accidente fatal.
En esa ocasión el trasbordador espacial Columbia se desintegró al reingresar a la atmósfera. Los siete miembros de la tripulación fallecieron. Después de las investigaciones se hicieron cambios técnicos y organizacionales. Mientras todo se ponía en orden la construcción de la Estación Espacial Internacional tuvo que ponerse en pausa. No obstante, analistas siguen considerando que la cultura de NASA sigue favoreciendo el “go fever”.
Está bien que una organización tenga claro su objetivo y que esté altamente motivada. No obstante, se debe tener claro que hay filtros y barreras que existen por una razón. Cuando te da “go fever”, te lo saltas todo por llevar al objetivo y eso tampoco está bien. La innovación realmente se puede ver limitada por estas fallas en el diseño de estas organizaciones y de sus procesos.