Columnista invitada: Pamela Antonioli De Rutté, Gerente en Hub de Innovación Minera del Perú. Biotecnóloga con experiencia en formulación y desarrollo de proyectos de I+D+i y en gestión pública y privada relacionada a innovación.
Hoy una persona muy cercana, y que está en contra de la vacunación, me envió por mensaje de whatsapp el siguiente titular “El 35% de hospitalizados con variante Delta del COVID-19 tenían dosis completas de la vacuna en el Reino Unido”. Considerando que en el contenido del artículo indican que “esa conclusión se basa en un “análisis exploratorio inicial” y son necesarios más estudios para “confirmar si ese es el caso””, no pude menos que indignarme por la tendencia alarmista del medio en un contexto en el que se debería promover poner el hombro. La indignación me llevó a preguntarme si son realmente conscientes del impacto que pueden tener en la percepción de las personas frente a lo que, hasta hoy, es la única salida de esta pandemia.
Esta pregunta me recordó un TEDx que vi hace poco de Alison Ledgerwood, psicóloga social de UC Davis, donde compartía sus hallazgos sobre el pensamiento positivo. En el video comenta cómo, a través de una serie de experimentos, se observa que, cuando se nos expone a una información de manera negativa, la percepción negativa que nos formamos es muy difícil de borrar. Así, por ejemplo, a un grupo de personas les contaban sobre un nuevo procedimiento quirúrgico en términos de ganancia, diciéndoles que el procedimiento tenía una tasa de éxito de 70%, mientras que a otro grupo de personas les contaban sobre el nuevo procedimiento en términos de pérdida, indicando un 30% de fallas. Cuando les preguntaban por su opinión, como era de esperarse, al primer grupo le gustaba el procedimiento y al segundo no. Lo interesante ocurría luego: cuando al primer grupo se les mostraba la información en términos de pérdida, cambiaban de opinión y dejaba de gustarles el procedimiento, pero, cuando al segundo grupo se le mostraba la información en términos de ganancia, no había cambio de opinión, la percepción negativa del procedimiento se mantenía.
Más aún, en un siguiente experimento, a dos grupos de personas se les pidió imaginar un brote de una enfermedad inusual que ponía en riesgo la vida de 600 personas. Al primer grupo se le preguntó ¿si 100 vidas se salvan, cuántas vidas se pierden? Mientras que para el segundo grupo la pregunta fue ¿si 100 vidas se pierden, cuántas vidas se salvan? La operación matemática para ambos grupos era exactamente la misma (600-100), sin embargo, el segundo grupo que tuvo convertir pérdidas en ganancias se demoró casi 11 segundos más en promedio para hacerlo. Esto sugiere que, una vez que pensamos en algo como una pérdida, el pensamiento se fija en la mente y es más difícil modificarlo. Esto se observa también en casos en los que la recuperación de la confianza frente a una situación toma más tiempo que la recuperación de la situación misma.
El hecho de que el ser humano requiera trabajar más en convertir lo malo en bueno que lo bueno en malo puede parecer anecdótico, pero tiene implicancias muy interesantes si es que tomamos conciencia de ello. Desde un punto de vista individual empezar a enfocarnos más en las pequeñas cosas positivas y no rumiar lo malo que nos ocurre nos puede conducir a ser más felices; desde un punto de vista social, reforzar nuestros logros y expresarnos con esperanza puede hacernos el camino más fácil para enfrentar desafíos complejos. Estoy segura que un país con titulares que muestren el vaso medio lleno va a poder construir mejores sociedades con menos esfuerzo que uno con titulares llenos de vasos medio vacíos.