«Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia» decía Arthur C. Clarke, uno de los principales novelistas de ciencia ficción que han existido. Cuando hacía esta reflexión, el escritor en realidad nos brindaba un profundo análisis de cómo se comporta el ser humano y, por ende, cómo actúa frente a lo que no conoce, a lo que le causa asombro, a lo que le causa miedo porque no lo entiende.
Pareciera que últimamente el Congreso ha tomado una doble vía. Por un lado, de profunda admiración de la tecnología: como la cree mágica para resolver problemas, termina dando una ley para el “voto electrónico”, aún cuando el resto del mundo ha ido en sentido contrario por cuestionamientos no solo sobre la seguridad de la transmisión de la información, sino de la misma programación del sistema y su posible vulneración por agentes externos (no limitada a otros estados sino de cualquier otro interés ajeno a la voluntad popular). Pese a ello, estamos prontos a que casi 1.4 millones de peruanos usen ese instrumento en las próximas elecciones ¿Serán aceptados por la ciudadanía los resultados de este sistema que ni siquiera puede ser auditado por ella, sino solo por partidos políticos? ¿Qué ocurrirá cuando exista una discrepancia, así sea de unos cuantos votos?
«¿Por qué temerle a la IA al punto de regularla para que sea un agravante per se y no, por ejemplo, algo más genérico que las tecnologías digitales? ¿porque está de moda?»
Y el otro camino que ha tomado este mismo congreso, en un despliegue de alternancia cognitiva, es el de miedo puro a la tecnología. Como ejemplo, la reciente modificación al código penal para añadir como agravante a cualquier delito «el uso indebido de inteligencia artificial». Es muy curiosa la forma regulatoria que pone a la inteligencia artificial (IA) como una tecnología -quizás la única en el código penal- punible por el mero hecho de ser tecnología. Además, «pensando en el futuro», el legislador añadió la frase «o de tecnologías similares o análogas».
Escenarios como éste -regular tecnologías y no conductas- son justamente los que trata de evitar el Acuerdo Nacional en su política 35, donde explícitamente indica: «El Estado (…) diseñará las políticas y la regulación en materia de sociedad de la información y del conocimiento teniendo como base los principios de internet libre, abierto, neutro y para todos, así como el adecuado resguardo de la seguridad de la información». Si no, es difícil entender cómo en el pasado una tecnología tan importante como la telefonía no requiriese modificar el código penal por sí mismo, así como tampoco ocurriera con la escritura, los VHS, el CD… ni siquiera con la Web.





¿Por qué temerle a la IA al punto de regularla para que sea un agravante per se y no, por ejemplo, algo más genérico que las tecnologías digitales? ¿porque está de moda? Escapará de nuestro entendimiento el cómo o por qué se regulan ciertos temas pero, lo que sí es evidente, es que no se realizan con una plena comprensión del ecosistema digital, sino pensando solamente en una tecnología. Entonces, el problema aflorará cuando alguien use otra tecnología que no sea de las «similares» ni de las «análogas» ¿No había, además, restricciones conceptuales de analogías en temas penales, precisamente porque se necesita la claridad al momento de tipificar?
Por cómo ha decidido proceder el Congreso frente a estos temas, sospecho que seguiremos viendo más regulación por miedo más pronto de lo creemos.