Hubo un tiempo en el que Raymond Scott fue famoso y adinerado. A punta de talento e ingenio llegó a ser un referente de la música para comerciales en los cuarentas. Incluso muchos de nosotros hemos oído su música sin saberlo. Por ejemplo, su estilo musical permitió que varias de las piezas que vendiera a Warner Brothers sean usadas más adelante en los cortos animados de Looney Tunes o Merry Melodies. De hecho, más de 120 cortos animados protagonizados por Bugs Bunny, Porky o Pato Lucas, entre otros, fueron acompañados por creaciones adaptadas de Raymond Scott. Con el tiempo, sus composiciones fueron adaptadas también a otras series animadas populares, como Los Simpsons, Animaniacs y, más recientemente, Bluey.
Harry Warnow, su verdadero nombre, estaba obsesionado de niño con los pianos mecánicos (esos instrumentos que vemos en westerns que tocaban solos a partir de una tira de papel perforado). A pesar de su interés por la mecánica, tenía un notable talento para la música. Fue a la prestigiosa escuela de arte Julliard, de donde se graduó en 1931. Inició una carrera como pianista en CBS Radio para luego formar una banda propia en 1936, con la que obtuvo mucha atención y éxito. En 1937, grabó su primera canción para Masters Records con una banda de estilo único al que Raymond llamaba “jazz descriptivo”. Se trataba de música compleja, pero fácil de escuchar. Algunas de sus canciones fueron muy populares. La estrella de Hollywood Shirley Temple, por ejemplo, canta una versión de una de éstas en una película de 1938.
Pero, aun cuando su carrera fue creciendo, nunca abandonó su interés por la mecánica. En paralelo a sus composiciones cantadas en musicales y en el cine por estrellas como Yul Brynner o Mary Martin, comenzó a comprar aparatos y equipos para poder crear sus propias máquinas que hicieran música. Ya dominaba a la perfección todo el aspecto tecnológico de las salas de grabación y experimentaba con la manipulación del sonido. En 1946 fundó Manhattan Research y produjo equipos de grabación de sonido para uso personal, además de componentes para alterar los tonos, así como filtros de sonido.
Pero la cereza de la torta fue la invención del Electronium, un aparato que ocupaba buena parte de una habitación y que componía música por su cuenta sobre la base de unos parámetros que Scott introducía. Utilizaba un algoritmo de su creación para generar melodías espontáneas. Y era enteramente analógico, lo que lo hace un fenómeno sorprendente desde una perspectiva histórica. Lo comenzó a desarrollar en 1959 y lo continuó perfeccionando hasta que falleció en 1994. Lo utilizó para generar música para comerciales que nunca nadie supo que habían sido compuestos por una máquina, sino hasta después de su muerte y que se revisaron sus apuntes y sus notas. Motown Records en algún momento lo contrató para que ajustara el Electronium para producir pistas que ayuden a sus músicos a componer. Mientras a la mayoría de estos le pareció incorrecto, un joven Michael Jackson estuvo impresionado, aunque nunca la llegaría a usar.
Y aquí está la parte sorprendente. Hoy en día hay un solo ejemplar de esta maravilla tecnológica, pero nadie sabe cómo usarla. Scott no llegó a crear una interfaz, sino que manipulaba mediante palancas, perillas y botones directamente los parámetros con los que el Electronium crearía la melodía (que incluía coros que sonaban como personas cantando, dicho sea de paso, sin pantalla, teclado ni rótulos. La interfaz era él y, ahora que ha fallecido, nadie sabe cómo usarlo nuevamente. Desde el 2017 hay un equipo tratando de entenderla y restaurarla.