Columnista invitada: Pamela Antonioli De Rutté, Gerente en Hub de Innovación Minera del Perú. Biotecnóloga con experiencia en formulación y desarrollo de proyectos de I+D+i y en gestión pública y privada relacionada a innovación.
Imágenes que uno reconoce de inmediato, un arrebato de nostalgia y ¡zas!, te das cuenta de que están puestas ahí para recordarte que ya no eres ningún muchacho o jovenzuela… que la vacuna te espera a la vuelta de la esquina. Todo es parte de una campaña que no es comercial, sino que nace de la misma gente en busca de que el prójimo no olvide la importancia de inmunizarse, por su salud y por la de todo el colectivo, ¿y qué mejor manera de hacerlo que apelando a la emoción? Porque la estrecha relación entre la emoción y la memoria no es ajena a nadie, porque no es algo que se aprende en el aula, es algo que se vive.
Esta relación entre la emoción y la memoria es, además, bidireccional. Por un lado, la emoción facilita que una determinada información o hecho se almacene, así, una vivencia con carga emocional conduce a que la registremos de la manera más amplia: lo que vimos, escuchamos, olimos, saboreamos y sentimos. Por otro lado, los recuerdos provocan con frecuencia la aparición de emociones, así como objetos, lugares, olores, sabores, sensaciones pueden brotar recuerdos.
La parte del cerebro que se encarga de procesar las emociones y su relación con la memoria es la amígdala del cerebro y es una parte “vieja”, es decir, que tuvo lugar en un momento temprano de la evolución animal por lo que está presente en diversas especies. Hace 10 años, un estudio publicado en la revista Nature Neuroscience sugiere que, tal como se había observado en primates, en los seres humanos una amígdala de mayor tamaño se correlaciona con una red social más compleja.
El ser humano es un animal social por naturaleza, su supervivencia y éxito ha dependido en gran parte a su capacidad de generar y adaptarse a los estructuras sociales cada vez más complejas. La pandemia hoy nos pone a prueba como sociedad porque la clave para vencerla está en el actuar colectivo, no individual. La inmunidad de la mayoría (con cualquiera de las vacunas aprobadas) no solo nos evitará pérdidas humanas, sino que reducirá la circulación del virus y con ello la aparición de nuevas variantes que requieran desarrollar nuevas vacunas, regresando a foja cero, con los impactos en salud, economía, educación, entre otros, que ya conocemos.
Imágenes que uno reconoce de inmediato, un arrebato de nostalgia y ¡zas!…. podrían ser el inicio de un nuevo artículo en un futuro no lejano sobre estos días de vacunatón. Ojalá que nuestras amígdalas correlacionen esas imágenes con una sensación de nostalgia positiva, de unidad y solidaridad. Que ese ¡zas! no sea una nueva ola inmensa que nos revienta encima depende de todos.