Columnista invitado: Hans Rothgiesser
Todo aquel que haya viajado sabe lo importante que es ese glorioso invento llamado maleta. Es algo tan simple y hasta cotidiano, que no nos detenemos a pensar en que no siempre la hemos tenido disponible y ciertamente no como la conocemos hoy en día. La maleta se ha ido adaptando a los cambios en la sociedad por más de un siglo, yendo de la mano de las necesidades de los distintos momentos en los cuales nos ha servido.
No olvidemos que el turismo, como actividad para la población en general con guías de viaje e industria detrás, surgió recién en el siglo XIX. De pronto, viajar ya no estaba reservado para las clases altas. Familias de clase media podían comenzar a disfrutar también de este privilegio.
La literatura de la época ayudó a que viajar se volviera romántico y glamoroso, autores como Julio Verne o Jack London ayudaron en ese sentido.
En ese entonces, como era lógico, las maletas estaban pensadas para trayectos largos y viajes de varios meses. Empezaron siendo cofres grandes, pero con el tiempo artesanos fueron diseñando maletas de tamaños más manejables a las que añadieron cerraduras, correas, pestillos y asas en la parte superior. Dos innovadores en esta línea fueron Luis Vuitton, que en el siglo XIX diseñó un baúl práctico y funcional que se apilaba con facilidad, y Jesse Schwayder, que en 1939 lanzó una maleta llamada Samsonite hecha de fibra vulcanizada que tuvo enorme éxito.
En 1970 Bernard Sadow en los Estados Unidos patentó una maleta con ruedas para poderse desplazar en los aeropuertos más fácilmente. No obstante, su diseño tenía problemas. Si uno aceleraba el paso, la maleta tendía a caerse hacia un lado. Además, no se podía dar curvas sin preocuparse por sostener la maleta para que no pierda el equilibrio. No fue sino hasta 1987 que el piloto Robert Plath presentó el diseño conocido hoy en día: con dos ruedas y un asa que se retrae para llevar la maleta de manera vertical. La llamó Rollaboard.
Robert Plath, piloto para Northwestern Airlines que estaba insatisfecho con las maletas que existían, comenzó a probar distintos diseños y terminó con el que hoy conocemos. Inicialmente, la fabricó para sí mismo, pero sus compañeros en la aerolínea estuvieron interesados en adquirir una tan pronto como la vieron. La demanda por la Rollaboard solo creció durante los siguientes años. Plath se terminó retirando para fundar su propia empresa, Travelpro.
En el año 1989 Plath ya tenía tanta demanda que tuvo que mover su operación de su garaje a un almacén en Boca Ratón, Florida. Fue así que en 1991 se dedicó a tiempo completo a la producción y distribución de la Rollaboard.
El éxito de Plath motivó a que otras fábricas de maletas comenzaran a ver la manera de colocarle ruedas a sus productos también. Los que no entiendan la importancia de este pequeñísimo detalle claramente nunca han viajado con una maleta que no tiene ruedas.
En revistas en los años setentas había artículos que desincentivaban a viajar solamente sobre la base de la molestia de tener que cargar pesadas maletas poco prácticas. Después del invento de Plath, eso se acaba. Incluso los aeropuertos tuvieron que adaptarse al éxito comercial de este producto, brindando más rampas y formas para movilizarse dentro del aeropuerto jalando un objeto con ruedas. Algo tan simple, pero que solo funcionó adecuadamente después de décadas de estar viajando en distintas modalidades.
*Economista de la Universidad del Pacífico con maestría en periodismo por la Universidad de Gales (Reino Unido). Actualmente miembro del Consejo Consultivo del Grupo Stakeholders.