Columnista invitada: Pamela Antonioli De Rutté, Gerente en Hub de Innovación Minera del Perú. Biotecnóloga con experiencia en formulación y desarrollo de proyectos de I+D+i y en gestión pública y privada relacionada a innovación.
Me imagino que, al igual que yo, muchas personas, indistintamente de su decisión electoral, se debaten entre las ganas que de una vez sea 7 de junio y de que el 7 de junio no llegue nunca. En el primer caso, con la esperanza de que vuelva a predominar la concordia y armonía en los círculos en los que nos desenvolvemos y, en el segundo, queriendo retrasar la inminente llegada de un gobierno que nace sin ilusión y con mucha desconfianza.
Hoy quisiera enfocarme en el primer caso, en las ganas de bajarle las revoluciones a una segunda vuelta que, como país, nos ha dividido y en cómo irónicamente, coincidiendo como país que en que ambas opciones son malas (aproximadamente el 80% no voto por ninguna de las opciones en primera vuelta), se han generado trincheras en las antípodas por tener que escoger el mal menor. Desde ambas trincheras, sin embargo, hay algo que merece un análisis: las acciones que llevan a cabo, lejos de convencer al otro, terminan reafirmándolo en su posición contraria.
Una reflexión inicial es que estas acciones responden al miedo. Desde un punto de vista biológico, el miedo es un mecanismo de supervivencia, una emoción que favorece reacciones rápidas frente a una amenaza identificada, que nos impulsa, más allá de nuestro control, a alejarnos de las situaciones peligrosas. Este impulso innato ha sido clave para la supervivencia del individuo, pero adquiere complejidades interesantes cuando se desarrolla en un tejido social. En una sociedad el miedo puede convertirse en un fenómeno que, haciendo analogía con el mundo de la innovación y emprendimiento, podría considerarse como altamente escalable. Una sensación de miedo cuando se observa en personas del entorno no solo se reafirma en relación a la veracidad de la causa, sino que genera urgencia de evitarla. Un miedo compartido es un miedo difundido.
En este punto es donde reside la paradoja ya que, en un contexto de temor, en la urgencia por convencer al otro se recurre al ataque, al uso selectivo de ejemplos y al sobredimensionamiento de las consecuencias. Esto ocurre sea el origen del miedo valido o no. Intentaré transmitir mi punto de vista con un ejemplo adaptado de la realidad peruana: en nuestro país la violencia hacia la mujer es una realidad, sin embargo, imaginemos que esa realidad fuese tomada por los otrora populares “talk shows” en los que a diario uno ve que pasa el desgraciado y todo se vuelve un circo que, además, interpretamos tiene como trasfondo hacer rating. El desenlace es que muchas personas por el rechazo a la puesta en escena terminan descartando el paquete completo, y con ello la posibilidad de conversar sobre el fondo.
Para conversar con personas que tienen distintos puntos de vista, necesitamos no eliminar, pero sí poner a un lado nuestros temores. Solo así seremos capaces de explicarlos desde un origen con sustento y no nublados por los impulsos. Las posturas inflexibles no dejan espacio al diálogo ni al intercambio de opiniones. Recordemos que el miedo tiene dos caras: la supervivencia y la histeria, para escoger la primera necesitamos estar juntos.