Columnista invitado: Hans Rothgiesser*
Nadie debería necesitar que se le presente a William Shakespeare, el brillante dramaturgo que no solamente revolucionó el teatro hace cinco siglos, sino que también es considerado el escritor más importante de la lengua inglesa y uno de los más conocidos escritores del mundo. Y no es para menos, él introdujo muchas innovaciones a un arte que necesitaba cambios para afianzar su popularidad en un momento en particular. Sus contribuciones fueron tan contundentes que el escritor inglés Ben Jonson -que lo conoció- dijo que Shakespeare no pertenecía a una sola época, sino a toda la eternidad.
Como todas las grandes mentes innovadoras, Shakespeare estaba limitado por las restricciones de su época, una de ellas eran las palabras con las que contaba, como suele suceder con los grandes poetas, escribía con todas las palabras que tenía a su disposición. Su obra tiene un léxico bastante extenso, no obstante, éste le resultaba insuficiente para todo lo que tenía que contar, para describir lo que pasaba dentro de la cabeza de sus personajes y para describir sentimientos con palabras. Tuvo entonces que inventar nuevas palabras y nuevas expresiones, algo que tiene en común con Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Calderón de la Barca. Aunque los aportes de Shakespeare quizás hayan perdurado más.
Mucha gente ni siquiera sabe que muchas de las palabras que usamos cotidianamente fueron invenciones del autor de Hamlet, se dice que es responsable por cerca de 1,700 palabras que se usan hoy en día en inglés. Lo interesante es que no fueron disparates incluidos para llamar la atención o para que todo suene más bonito, sino que estuvieron muy bien pensadas y colocadas en el lugar adecuado y en la expresión correcta para que la audiencia que la escuchaba por primera vez supiera de inmediato su significado. Es decir, no solo se trató de la invención misma, sino de la forma y el contexto para que no requieran explicación. Ahí uno se da cuenta de la genialidad de este escritor.
Por ejemplo, en la obra Trabajos de amor perdidos introdujo la palabra “critic” (crítico). En la obra La comedia de las equivocaciones introdujo “gossip” (chisme). Es más, si eres publicista, agradécele que en Medida por medida introdujera la palabra “advertising” (publicidad). Si eres abogado, considera que en Ricardo III introdujo “accused” (acusado).
Su impacto es impresionante, porque no solo se limita a palabras, sino incluso a nombres. Algunos de los más populares nombres modernos fueron invención de Shakespeare, por ejemplo, el nombre Jessica apareció por primera vez en El mercader de Venecia y Olivia fue el nombre de un personaje en Noche de reyes.
Excelente ejemplo de alguien que no se quedó de brazos cruzados cuando la herramienta que usaba para trabajar -el lenguaje- no estaba al nivel de los planes que tenía. Shakespeare tenía en la cabeza emociones que quería transmitir, historias que se tenían que contar de una manera específica, personajes con ideas bien concretas que debían ser comunicadas en un escenario de teatro, que no siempre es el medio más fácil de utilizar, recuerden que estamos hablando de una época en la que no se usaban efectos especiales como los conocemos hoy en día, sino que se apelaba a la imaginación de la audiencia mucho más de lo que se hace hoy.
*Economista de la Universidad del Pacífico con maestría en periodismo por la Universidad de Gales (Reino Unido). Actualmente miembro del Consejo Consultivo del Grupo Stakeholders.