Columnista invitada: Pamela Antonioli De Rutté, Gerente en Hub de Innovación Minera del Perú. Biotecnóloga con experiencia en formulación y desarrollo de proyectos de I+D+i y en gestión pública y privada relacionada a innovación.
Hace algunas semanas, como es clásico en épocas electorales, empiezan a ponerse sobre la mesa algunas posturas que conminan a pensar en una sociedad más equitativa e igualitaria; algunas de esas voces detrás del llamado son oportunismos propios detrás del deseo de acumular votos, sin embargo, no podemos dejar de reconocer que el clamor en sí, más allá del vocero de turno, podría considerarse, en un primer plano, un consenso que trasciende fronteras… ¿quién en su sano juicio podría decir que no quisiera una sociedad más justa e igualitaria? Pero, como dice el conocido refrán “del dicho al hecho hay mucho trecho”, es en la implementación de esa igualdad donde empiezan a aparecer algunos bemoles.
Es importante resaltar que tener igualdad de oportunidades, no es lo mismo que ser iguales. Hay que diferenciar, por un lado, a aquellos que buscan en la igualdad la repartición de una torta que mantiene su tamaño. Nada más opuesto al desarrollo. Pensar que la torta no crece es eliminar la posibilidad de añadir valor, de generar nuevos beneficios que, ojo, no se limitan a lo económico, sino que pueden abarcar ámbitos desde el acceso al conocimiento hasta el acceso a un ambiente sano y adecuado. Por otro lado, están aquellos que encuentran la solución en hacer crecer la torta a través de una recaudación extra de impuestos bajo el concepto de solidaridad de los que más tienen. Si bien es cierto que el sistema está pensado para que exista una proporcionalidad que haga de la recaudación un proceso justo, este no es el único argumento que hace que esta solución tenga un problema: la solidaridad, al igual que la colaboración, demanda confianza. Así, la solidaridad no es estrictamente unidireccional, sino que requiere de cierto grado de certeza de que se la ayuda será efectiva a favor de los beneficiarios. Por ello, es probable que nos sintamos más inclinados a ayudar a quien conocemos o lo hagamos a través de instituciones de reconocida labor social.
Cuando se propone que el Estado demande, obligatoriamente, que una parte de la población sea solidaria a través de más impuestos, no está de más revisar los elementos que definen la palabra. Así, encontramos que por solidaridad se hace referencia a un valor personal que, si bien es una adhesión a la causa del otro, se produce porque se comparten intereses y necesidades. En ese sentido, la medida en sí misma terminaría reduciendo el objetivo a una mera estrategia tributaria, limitando el objetivo más importante que sería ser genuinamente una sociedad más solidaria, para que el efecto se amplifique a otros ámbitos y se mantenga en el tiempo. Nada más estimulante que sentir que la ayuda va a causas que nos mueven (niños, pobres, animales, naturaleza, educación, etc.), que están emocionalmente relacionadas a nuestra forma de ser. El efecto de “ver” los resultados de la solidaridad son un importante aliciente para seguir contribuyendo. La medida propuesta plantea una solidaridad que no tiene rostro y que, además, tiene un gestor difuso. ¿Sería solidario si lo recaudado se distribuye, como el resto de impuestos, en el presupuesto nacional, sin asegurar alguna causa concreta? Solo si la solidaridad tuviera como beneficiario al gobierno.
Entonces, ¿cómo conjugar la esencia y espíritu de la solidaridad con la política pública? Generando incentivos. Esto no es nuevo, en el sector privado existen mercados que reconocen el valor de la responsabilidad social y ambiental. Trasladar esto al sector público supondría reconocer estas personas, empresas u organizaciones e identificar facilidades o mecanismo de valoración que puedan resultar estimulantes. La ley BIC es un ejemplo que recién empieza.
En conclusión, vale la pena hacer el esfuerzo en pensar propuestas que generen escenarios gana-gana. Seguramente es más fácil dejarse llevar por mecanismos que resten de un lado para sumar a otro, pero el verdadero reto es sumar a ambos, finalmente, un enfoque constructivo cuesta, pero siempre valdrá más y llegará a más personas