El efecto del ladrón de mantequillas

El costo de la desconfianza es el tema que Pamela Antonioli nos explica con una barra de mantequilla.
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Columnista invitado: Pamela Antonioli


Mientras hacía compras en un reconocido supermercado, grande fue mi sorpresa al encontrar en el paquete pequeño de mantequilla que agarré -una de esas barritas sencillas envueltas en papel metálico- una etiqueta antirrobo. Y no sólo la que agarré la tenía, sino todos los paquetes de la góndola. Sí, ese dispositivo plástico que contiene elementos electrónicos, como circuitos o imanes, y activan alarmas en las puertas de las tiendas si alguien intenta salir con un artículo al que no se le ha desactivado durante el pago.

Aunque lo primero que pensé fue “¡qué oportunidad para la marca de mantequilla de venderse como la más valiosa!” pronto acabé pensando en la pobre persona a la que le tocó colocar estos dispositivos uno a uno, barrita por barrita. Y es que, aunque el número de ladrones de mantequilla se haya disparado escandalosamente, una tarea como esa raya en lo absurdo.

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Es que este caso, aunque suene anecdótico, nos permite cuantificar los sobrecostos de una sociedad donde prima la desconfianza. Basta con contar las hora-persona dedicadas y el equivalente a su paga para tener un número. O quién sabe, tal vez el supermercado tuvo que contratar a una persona para la tarea de “etiquetar” mantequillas y muchos otros bienes más, lo que aumentaría la cifra con costos laborales. Aún si el recurso humano ya estuviese cubierto, también deberíamos pensar en lo que no se cuantifica tan fácilmente, como todas las tareas que podría estar haciendo esta persona que generen más valor.

La desconfianza en una sociedad es como una enfermedad crónica: un estado subyacente al que normalmente tratamos con paliativos y, si bien es cierto estas medidas pueden traducirse en gastos, lo que predomina es la pérdida de tiempo y malestar, que suelen valer más que su equivalente en horas-persona.

En sociedades donde la desconfianza prevalece, es más difícil lograr un sentido de unidad y colaboración, lo que obstaculiza el desarrollo y la resolución de problemas colectivos”.

Alguna vez escuche algo muy cierto: el proceso por el que se construye la confianza es uno que toma tiempo, es un proceso ladrillo a ladrillo, sin embargo, la pérdida de la confianza es casi inmediata, es como derribar esa pared de ladrillos con una bola de demolición. En sociedades donde la desconfianza prevalece, es más difícil lograr un sentido de unidad y colaboración, lo que obstaculiza el desarrollo y la resolución de problemas colectivos.

Este fin de semana estuve pensando en todas esas medidas que son el resultado de la desconfianza y su impacto en el día a día de los peruanos. No son pocas, los invito a hacer el ejercicio. Eso sí, no detengamos el ejercicio con la identificación del ladrón de la mantequilla, activemos la creatividad y empatía para ver soluciones innovadoras que nos ayuden a construir confianza.

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