Columnista invitada: Pamela Antonioli
No son pocas las historias plasmadas en películas o libros que se construyen en torno a la posibilidad de viajar al pasado y que incluyen a alguien que se beneficia del conocimiento del presente. Desde jugar a la lotería teniendo el número ganador hasta ganar fama y fortuna adelantándose a diferentes genialidades. Cada vez que he visto o leído alguna de estas historias no puedo evitar preguntarme: si viajara al pasado, ¿cuántos de los desarrollos científico-tecnológicos sería capaz de (p)reproducir? ¿podría yo inventar el teléfono? ¿la televisión? ¿podría crear Facebook? No solo serían muy pocos los desarrollos, sino que compruebo lo que en algún momento escuché: “somos cada vez más dependientes de tecnologías que entendemos cada vez menos”.
Esto ocurre porque con el pasar del tiempo los desarrollos tecnológicos se vuelven más complejos al incorporar más áreas de conocimiento. Esta es una de las razones por las cuales la innovación abierta y colaborativa se ha posicionado como un mecanismo más ágil en la creación de valor. La lógica es simple: juntando diferentes experiencias y conocimientos tenemos mayor posibilidad tanto de generar nuevo conocimiento como de aplicarlo para añadir valor a la sociedad. Una de las formas de transferir este valor a la sociedad, quizás la más conocida en el mundo de la innovación, es a través de la comercialización del resultado; aquí, probablemente, tendrían un lugar predominante términos como startup, pitch, mentoring, venture capital, entre otros.
No obstante, me gustaría ir más allá de la comercialización pura y dura tras leer sobre el programa GROW de Colombia que busca preservar, restaurar y gestionar la biodiversidad del país con innovación responsable. Oxentia, consultora de innovación de la universidad de Oxford, diseñó e implementó para este programa un taller 1 con la comunidad indígena de Arahuacos con el fin de catalizar un acceso más efectivo y la distribución de beneficios de los recursos biológicos de Colombia, encontrando que el mayor interés de la comunidad no era el retorno financiero sino el intercambio de conocimiento. El retorno para ellos era conocimiento que construya sobre su propio acervo para mejorar en la administración de los recursos y medio ambiente.
El Hub y Oxentia, en el marco de la alianza suscrita este año, están realizando un pequeño ejercicio de vigilancia tecnológica para encontrar tecnologías limpias que contribuyan a la sostenibilidad del sector minero. Siendo la sostenibilidad un objetivo que trasciende sectores y países, me quedo pensando si hay espacio para que la transferencia de conocimiento dé paso a un intercambio de conocimiento de algún tipo. Después de todo, coincido con los Arahuacos cuando dicen que el conocimiento tiene más legado e impacto que el dinero ya que puede transmitirse de generación en generación como esas historias que mencioné al inicio, alimentando las mentes y con muy escasa probabilidad de degradarse en el tiempo.