Desde hace una década un grupo de docentes y alumnos universitarios de La Salle Campus Barcelona llegan todos los años al valle de Urubamba para capacitar y brindar apoyo tecnológico a los profesores de unos poblados históricamente desconectados del mundo. El resultado: espíritus enriquecidos a ambos lados del océano.
Allá en la pampa, bordeando los cerros, a unos 67 km al Noroeste de la ciudad del Cuzco, unos niños reciben con enormes sonrisas y mucha gratitud a una veintena de españoles, jóvenes y no tan jóvenes, que año a año van a enseñar – o aprender – con ellos. Arriban a mediados de julio, dos semanas antes de las festividades por la independencia del Perú, y se quedan hasta inicios de agosto. Pero el contacto y las coordinaciones se mantienen a lo largo del año.
Estamos hablando del Proyecto Urubamba, una iniciativa de los profesores de la Universidad Ramon Llull de los Hermanos de La Salle, específicamente de La Salle Campus Barcelona, y La Salle Urubamba. El proyecto de cooperación internacional nació en 2013 con el fin de introducir las nuevas tecnologías en la comunidad altoandina como mecanismo de inclusión social. Es aliado de las obras de los hermanos en el Cuzco (desde el Colegio 50575 La Salle Charcahuaylla, hasta la Escuela de Educación Superior Pedagógica La Salle Urubamba) y en la actualidad recibe el apoyo de la Cátedra Unesco.
La iniciativa se ha ido consolidando con el paso del tiempo y, tras una interrupción por estos dos años de pandemia, continúa abriéndose camino a nuevos poblados. Al principio eran unos cuantos profesores y alumnos españoles que llegaban a las instituciones educativas de Pampallacta y Huilloc, localidades que pertenecen a la provincia de Urubamba (Cuzco), cuyo nombre se traduce como Pampa a un Día de Camino. Posteriormente fueron a Qhillqanqa y Maras. Son comunidades ubicadas a 4000 msnm y en algunos casos hay que viajar tres horas en carro en una vía para nada asfaltada. La idea es poder llegar a más escuelas de esta provincia ubicada a mitad del recorrido al Valle Sagrado de los Incas.
Cada uno de ellos marcó mi historia, con sus sonrisas, con las ganas de dejar un poquito de lo que saben a muchas personas
Lupe Chávez, beneficiada por el Proyecto Urubamba
Xavi Canaleta, director de innovación educativa de La Salle Campus Barcelona, quien ha participado desde la primera expedición a Urubamba, también conocida como La Perla del Vilcanota, nos cuenta en esta entrevista lo que ha significado para ellos esta experiencia, la cual está recogida en un libro y también está relatada a través de su blog. Pero antes de abordarlo, conviene citar a Lupe Chávez, quien tenía 8 años cuando esta aventura empezó en uno de los que fueron los principales centros agrícolas del Incanato.
“Cada uno de ellos marcó mi historia, con sus sonrisas, con las ganas de dejar un poquito de lo que saben a muchas personas. Son personas que se enamoran de Perú, del cielo azul, de sus paisajes. Conocí a personas que durante el tiempo han sido mis amigos y me han enseñado muchas cosas. Que el cielo que miro a diario no solo tiene las estrellas sino un universo completo con millones de estrellas para escoger., Con tal solo ponerte unos lentes puedes ver más allá de lo profundo; que con unos lentes puedes girar y ver el mundo de diferente manera. De ver que con tan solo con complementar unas fichas puedes crear algo. Que con la tecnología se puede crear movimiento”, relata Lupe Chávez.
Xavi, cuéntanos, ¿Cómo empezó esta aventura que ya cumple diez años?
Teníamos un hermano instalado allá, en Urubamba, en misión, por dos o tres años. Él volvió acá de vacaciones. Lo conocí y, luego de conversar, organizamos el proyecto. Nosotros estábamos buscando proyectos para nuestros chicos. No sólo que nuestros docentes tuvieran una experiencia internacional, sino también nuestros alumnos. Al inicio éramos solo ingenieros, sin costumbre de realizar proyectos sociales. Empezamos dos profesores y un alumno.
Entonces fueron sumando manos…
Llegamos a ser 16, pero era demasiado. Es mejor con 10 o 12, mitad estudiantes y mitad profesores. Siempre respetamos eso en los últimos años. Es importante poder llevar docentes para que aporten su experiencia y colaboren con las comunidades. Y los estudiantes son finalistas de grado, ya tienen una cierta formación académica. Están a punto de acabar ingeniería informática o comunicaciones o ingeniería multimedia.
¿Es fácil o difícil que los alumnos se animen a venir?
Al principio éramos desconocidos. Tuvimos que hacer una campaña de difusión para explicarlo bien. Pero ahora es distinto: hemos tenido en el último año 26 candidatos. Y seleccionamos cinco. Si tuviéramos más proyectos, llenaríamos dos proyectos Urubamba. O sea, estamos con muy buena acogida. Cada año, en noviembre, cerramos campaña y arrancamos la selección del grupo para el año que viene. El 60% u 80% del equipo cada año son nuevos, tanto de docentes como de estudiantes. Y les hacemos trabajar por lo menos cinco o seis meses antes del viaje. Antes no había que hacer selección porque había pocos candidatos. Ahora los chicos, cuando vuelven, lo explican como una experiencia espectacular y animan a sus compañeros. Además, acabadas las dos semanas de trabajo muy intenso, tienen tiempo de hacer turismo en este país bello. La combinación es súper atractiva.
¿Y cómo consiguen los fondos?
Eso ha ido cambiando con el tiempo. Tenemos algunas ayudas, donaciones pequeñas, pero la más grande es de la Cátedra Unesco, que nos apoya desde el 2015. Lo más costoso son los pasajes, que son S/4000 por persona cada año. El gasto más grande es el desplazamiento. Hay que rentar coches para ir a las comunidades. La suerte es que La Salle cubre toda la parte de hospedaje, porque estamos en sus instalaciones o en las comunidades. El convenio es no tener costo de alojamiento. Este año la Cátedra Unesco nos ha cubierto las 17 computadoras para el colegio San Luis Gonzaga, en Maras. Nos tiene muy bien considerados. Ven que es un proyecto muy bonito, muy real. Estamos muy contentos. Si tuviéramos más llegaríamos a más. Pero, eso sí, una de las claves es la contraparte. Esto solo tiene sentido gracias a que la contraparte funciona muy bien.
Si nosotros viniéramos a enseñar a los peruanos qué tienen que hacer, nos equivocaríamos. Tenemos que escuchar que necesitan. Lo que necesita Lima no es lo mismo que lo que necesita Cuzco, ni lo que necesita Urubamba.
Xavi Canaleta, director de innovación educativa de La Salle Campus Barcelona
¿Se refiere a la gente que está en Cuzco?
Urubamba, particularmente. Tenemos a la gente de La Salle: sus profesores y directores son los que nos ayudan cada año a planificar, a la distancia, la siguiente campaña. Eso funciona muy bien. Eso es la contraparte. Ya lo hemos consolidado. Y también las comunidades altoandinas. Eso es sostenido en el tiempo. Por eso el proyecto evoluciona y funciona muy bien. Se crea un vínculo más allá de un año, lo cual permite mejorar.
¿El diseño de los programas anuales es fruto de esa retroalimentación?
Sí. En un principio parte de una idea nuestra, pero siempre decimos lo mismo: las cosas solo funcionan si entiendes las necesidades de la contraparte. Es decir, si nosotros viniéramos a enseñar a los peruanos qué tienen que hacer, nos equivocaríamos. Tenemos que escuchar que necesitan. Lo que necesita Lima no es lo mismo que lo que necesita Cuzco, ni lo que necesita Urubamba. Escuchar la contraparte e ir ajustando. Hay cosas que pensamos que podíamos apoyar, pero con los años han ido desapareciendo. La radio de La Salle, por ejemplo. Empezamos apoyándola técnicamente. Tenía problemas de infraestructura y como ingenieros expertos ayudamos. Pero cuando acabamos, esa parte del proyecto murió. No necesitaban nada más. En cambio, toda la parte de capacitación docente es un proceso de mejora continua. Vamos moldeándolo año tras año. Siempre vamos a mejorar las capacitades pedagógicas del docente. Y los estudiantes mejoran su capacidad de aprender.
¿Con ayuda de la tecnología?
Sí. Nosotros intentamos enseñar a través de la tecnología. Para hacerlo inclusivo. La tecnología motiva el aprendizaje. Potenciamos en todas las comunidades las salas de cómputo y trabajamos con software educativo. Mientras tengan energía eléctrica, podemos montar una infraestructura mínima en sus computadoras y eso los motiva mucho a los chicos. La tecnología ayuda mucho.
¿Cuánto tiempo les toma organizar todo el material que involucra el proyecto?
Yo lo tengo pormenorizado. Esto nos lleva entre 100 y 200 horas de dedicación a cada uno de los profesores en España, antes de viajar. Hay docentes que no viajan y también ayudan. Y por parte de los estudiantes dedican quizás 40 o 50 horas. Vas sumando y tienes mucho tiempo entregado.
Los chicos vuelven cambiados. Estos proyectos son de cooperación, pero para los dos lados. Nosotros podemos aportar y ayudar, pero lo que recibimos es una maravilla.
¿Esa planeación que hacen desde noviembre es parte de un “voluntariado”?
Hay de todo. En la universidad tenemos unas asignaturas opcionales que incluyen horas de servicio social. Algunos chicos, este año fueron dos, las horas trabajadas en Urubamba les sirven para estas asignaturas. Pero otros vienen por libre elección, por cooperación, por voluntariado. No les cuentan horas, pero tienen ilusión y se apuntan igual. Los profesores vienen como parte de un trabajo de voluntariado. La universidad les reconoce las dos semanas [del viaje] como parte de su jornada laboral. No resta de sus vacaciones. Pero todas las horas de preparación, durante meses, no son contabilizadas como horas de trabajo o académicas. Eso es puro voluntariado.
En lo personal, ¿qué ha significado este proyecto y el contacto con las comunidades?
Tanto para mí como para mis compañeros, es muy formativo. Cada año que vengo me sorprendo de cosas nuevas y me enriquezco. Cada comunidad es un mundo diferente y aunque parezca que ya lo he visto todo, llevo diez años viniendo y me sigo sorprendiendo. Para los estudiantes es lo mismo. Los niños, con tan poco, son felices. Acá en Barcelona siempre nos quejamos de que nos faltan cosas. Pero con mucho menos se puede ser feliz. La aportación que te dan es enorme. Los chicos vuelven cambiados. Estos proyectos son de cooperación, pero para los dos lados. Nosotros podemos aportar y ayudar, pero lo que recibimos es una maravilla.
¿Cómo describiría lo que ha recibido este año?
Este 2022 es muy especial, porque es postpandemia. Tanto para mí como para las comunidades ha sido un choque. Piensa qué han significado estos dos años de sin escuela. La educación virtual para Lima es una cosa y en la comunidad altoandina es otra. Ellos no tienen contacto con la escuela desde enero del 2020, porque no había internet, ni radio, ni celular y hablamos de niños que son quechua hablantes, entonces si recibían el Aprendo en Casa, no lo entendían. Ellos han perdido dos años de aprendizaje. Y eso los ha cambiado. Antes veías que las comunidades eran relativamente cerradas a nivel de contacto. Este año fue diferente. Buscaban el contacto con sus profesores: son dos años sin verlos. Esa realidad de valorar la presencialidad, ese contacto humano del día a día, se magnifica. Y las mamás te dan todo lo que tienen. Te preparan los mejores manjares. Muy agradecidos.
¿Los pequeños los recibieron con mucho cariño?
Nos ha sorprendido. He visto los niños postpandemia mucho más abiertos. Incluso querían acercarte a ti. Lo valoro positivamente. No solo está la falta de elementos que acá consideramos esenciales, como una mesa o una silla en la sala de profesores. Son cosas elementales que ya das por supuestas pero que no lo son. Yo recuerdo una anécdota muy divertida que nos pasó en la ciudad, en Cuzco. Tenía un video de YouTube y tuvieron que apagar internet en el resto de salones, para que yo lo pueda descargar. Ese es el nivel tecnológico que había hace solo diez años. Ahora en estas comunidades les están poniendo internet, pero muy limitado. Nos enviaron un mensaje en WhatsApp y no cargaba la foto, solo el texto.
(H)ablamos de niños que son quechua hablantes, entonces si recibían el Aprendo en Casa, no lo entendían. Ellos han perdido dos años de aprendizaje. Y eso los ha cambiado.
¿También había ese entusiasmo en los profesores?
Yo creo que se ha encontrado la tormenta perfecta. Son dos años de pandemia, sin contacto físico. Son muchos amigos en las comunidades altoandinas ganados en viajes anteriores. Nosotros teníamos muchas ganas de venir y ellos de que viniéramos. La parte emocional ha sido muy buena este 2022. Mucho más receptivos, con mucha más disposición que otros años. Hace una semana recibí un correo de los profesores con fotos de la sala de cómputo. Cuentan que ya acomodaron su horario para usar la sala de cómputo con primaria. Ahora tienen un paquete de robótica que les dieron [Minedu lo llevó, pero no dio capacitación] y no saben cómo usarlo. Ya les ofrecimos enseñarles a programarlos en el 2023. Lo que hacemos en noviembre y diciembre es planificar el año siguiente atendiendo a su experiencia. Pero hay que dejarlos que prueben dos tres meses para que nos digan qué les falta. Por eso es importante la continuidad del proyecto. Todo esto es muy bonito.
¿Para usted que significa este proyecto?
Yo diría sinceramente me ha cambiado la vida. No soy el mismo que hace diez años. Hay una frase que digo aquí y se ríen mucho: “Si nadie me encuentra en setiembre, buscadme en Urubamba, porque me quede ahí”. Quizás haga voluntariado un año. O me quedo a vivir allí. Para mí el valle sagrado es mi segunda casa. Imagina el aprecio que tengo a las personas, el trabajo que hay que hacer, lo veo en cada persona de estas comunidades. Yo tenga identificadas 46 comunidades altoandinas en iguales condiciones. Imagina todo el trabajo que hay por hacer. Siempre quedan otras. Esta experiencia te cambia la vida. Cambias tus valores cuando ves esa realidad. Cada año, cuando llego, ya pienso en el año que viene y que más hay por hacer.