Una historia para una reforma

¿Sabias que una de las principales innovaciones en el correo fue gracias a una historia inventada? Por Hans Rothgiesser
OCT-14


Columnista invitado: Hans Rothgiesser


Cuenta la leyenda que en 1835 un profesor inglés de viaje por Escocia decidió hacer una parada en una posada típica. Allí, mientras se calentaba junto a la chimenea, pudo apreciar cómo llegaba un cartero con un sobre para la dueña del local. Ella recibió la carta, la examinó sin abrir el sobre y se la devolvió al cartero. Eran muy pobres y no tenían dinero para pagar por el envío de la carta, así que tendría que devolvérsela al que la mandó.

Es que, en ese entonces, el sistema era distinto al que conocemos hoy, en el que uno paga por el envío cuando la carta se mete al sistema, y no por trayecto recorrido, sino por peso. A inicios del siglo pasado, pagaba quien recibía la carta y según el trayecto recorrido. Aunque eso puede sonar razonable, traía una serie de problemas que este profesor inglés pudo ver de primera mano aquella vez.

El profesor, conmovido por cómo la posadera debía ver regresar la carta al remitente por no poder pagar para recibirla, pagó de su billetera el importe. De esa manera, la posadera podría quedarse con el sobre y abrirlo gracias a la generosidad del profesor. Pero, cuando el cartero se había ido, ella le explicó al profesor que no hacía falta haber pagado por la recepción de la carta, no por modestia, sino porque ella sabía que en su interior no había nada. Se trataba de un truco que ella y sus familiares en otras partes del país usaban para comunicar que todos estaban bien: Si llegaba una carta con la dirección escrita con distintas caligrafías, significaba que todos estaban bien en el lugar de donde salió la carta. Ella, entonces, rechazaba pagar por recibir la carta, de tal manera que el cartero debía devolverla a quienes la habían mandado. Así, ellos también sabrían que la posadera también estaba bien, de lo contrario no la habría mandado de vuelta. Era una forma de mantener contacto sin que le cueste nada, pero a costa del sistema postal, que veía duplicados sus costos.

El profesor protagonista de la leyenda, Rowland Hill, es considerado el inventor de la estampilla postal tal como la conocemos hoy en día. Su historia, contada con variantes en distintas publicaciones de distintos países, fue narrada por él mismo para explicar la necesidad de cambiar de modelo a uno en el que se pague al mandar la carta y según su peso. Años después, en una publicación impresa, el mismo Hill revelaría que la historia, aunque falsa, servía para ilustrar la necesidad de esta reforma.

Hill mantuvo un folleto en el que insistía en su propuesta. En 1837, logró que se formara un comité en la Cámara de los Comunes, el que dos años más tarde autorizó que se comenzaran a tomar medidas. Es más, los primeros diseños de estampillas se hicieron sobre la base de propuestas y diseños del mismo Hill.

El primer sello postal fue conocido como el Penny Black y mostraba el perfil de la Reina Victoria. No incluyó el nombre del país que emitía el sello, asumiendo que todos reconocerían el perfil de la gobernante, una tradición que se ha mantenido hasta hoy en día con las estampillas del Reino Unido. Rowland Hill fue nombrado entonces director de Correos de este país. Le dedicó el resto de su vida a expandir el sistema y a aplicar mejoras a los servicios. Este nuevo sistema tuvo notable aceptación entre la población británica y en otros países que lo reconocían como superior al anterior. Todo por una anécdota que a Hill no le ocurrió, sino que se le ocurrió.


*Economista de la Universidad del Pacífico con maestría en periodismo por la Universidad de Gales (Reino Unido). Actualmente miembro del Consejo Consultivo del Grupo Stakeholders.

NOTICIAS RELACIONADAS