Columnista invitado: Hans Rothgiesser. Economista de la Universidad del Pacífico con maestría en periodismo por la Universidad de Gales (Reino Unido). Actualmente miembro del Consejo Consultivo del Grupo Stakeholders
Winchester empezó como fabricante de ropa en Nueva York y en New Haven. Durante ese periodo descubrió que una división de la empresa Smith & Wesson, famosa por producir armas y municiones, estaba teniendo problemas financieros por el pobre rendimiento en el mercado de uno de sus productos patentados. Winchester vio esto como una oportunidad.
Smith & Wesson misma había tenido buenas ventas por mejorar los diseños de Walter Hunt en 1848. Había tomado su rifle de repetición Volition y su munición Rocket Ball, que habían sido producidos a baja escala por Robbins & Lawrence. También compró la versión mejorada del diseño de Lewis Jennings, que había sido un fracaso comercial. Lo combinó todo en una nueva versión, que era mucho mejor. Aún así, le estaba yendo mal comercialmente.
De inmediato Winchester reunió capitales de distintas fuentes y compró esa división de Smith & Wesson, conocida como la Volcanic Repeating Arms Company en 1855. En 1857 Winchester ya era el principal accionista y le había cambiado el nombre a New Haven Arms Company. Esta empresa tenía retornos bajos, atribuidos a un problema de diseño y un pobre desempeño del producto que habían heredado. Por suerte, algo más que la nueva empresa también había heredado era al brillante ingeniero Benjamin Tyler Henry, quien solucionó los problemas y generó una nueva patente, que llevó su nombre: El famoso Rifle Henry.
El Rifle Henry fue un éxito. Fue producido por seis años con una producción de aproximadamente 12 mil unidades. Después de esta buena racha, la empresa fue reorganizada y rebautizada Winchester Repeating Arms Company. En 1866 otro empleado, Nelson King, mejoró el diseño de Henry. A este modelo se le apodó el Yellow Boy y fue oficialmente el primer rifle Winchester.
Entonces, la guerra civil sucedió en los Estados Unidos. El ejército no acostumbraba usar los rifles con tecnología de repetición, porque no la consideraba confiable por el momento. No obstante, miles de estos rifles ya estaban en manos de los pioneros civiles, por lo que éste ganó el título de “el arma que ganó el Oeste”. Se pasó varios años tratando de adecuar sus modelos a las exigencias del ejército norteamericano, pues sabía que éste era el mejor cliente que un fabricante de armas en el mundo podría tener. Eventualmente lo logró y su fortuna estuvo asegurada.
Por supuesto que las armas destruyen vidas y que el slogan “los que matan no son las armas, sino las personas” es una pobre justificación. No obstante, hay que considerar que eran otros tiempos. Estamos hablando del viejo oeste en un tiempo en el que los ciudadanos tenían que defenderse a sí mismos como buenamente podían en lugares alejados de la civilización. Aunque esto, está demás decirlo, no justifica la violencia que se cometió gracias a las patentes de Winchester.
Las biografías suelen coincidir en describir a Oliver Winchester como un industrial apasionado, caballeroso y muy innovador, firme creyente de que ayudaba a la gente poniendo su disposición mejores armas que los ayudaban a protegerse en un entorno hostil. Se le describe como alguien que no se dejaba desanimar ante obstáculos, sino que encontraba salidas que terminaban reportándole grandes beneficios. Lástima que todo ese talento y habilidad se usara en la producción de un objeto que causara tantas muertes y pérdidas. De hecho, es legendaria la historia de la esposa Sarah de su hijo William, quien heredó la empresa luego de que Oliver y William fallecieran con diferencia de un año. Se cuenta que se volvió loca por esto mismo. Con buena parte de esta fortuna construyó una casa caótica e incomprensible en California, supuestamente para que los espíritus de las víctimas de sus rifles no la pudieran encontrar. Pero ésa es otra historia.