Columnista invitado: Hans Rothgiesser
Percy Spencer nunca se graduó de la escuela primaria. A los doce se puso a trabajar en un molino y luego se unió a la Marina de los Estados Unidos en 1912. Ahí aprendió lo que era la telegrafía sin hilos. En la década de 1920 se unió a la compañía Raytheon, empresa que producía magnetrones, el componente principal de los radares. En 1941 Spencer ya había desarrollado un proceso más eficiente para su fabricación, lo que le granjeó el Premio al Servicio Público Distinguido de la Marina Norteamericana.
La compañía Raytheon era ya una gran corporación industrial y una de las contratistas más grandes de defensa militar de los Estados Unidos. Había sido creada en 1922 por dos ingenieros y un científico, enfocados principalmente en nuevas tecnologías de refrigeración, pero rápidamente migraron a la electrónica. Su primer producto, un rectificador de gas helio, dio lugar a una especie de tubo de electrones que fue bautizado como “luz de los dioses” y que permitía ver mejor las estrellas. De ahí el nombre que adoptaría la empresa. Este producto tuvo gran éxito comercial e inició un sostenido crecimiento que la llevó a explorar otros mercados. En 1930 ya era uno de los principales fabricantes de tubos de vacío del mundo.
Del otro lado del océano, físicos británicos habían inventado en plena segunda guerra el magnetrón, un tubo de electrón que genera microondas para incrementar considerablemente la capacidad de los radares. Entonces Raythorne fue convocada por el gobierno norteamericano para perfeccionar su diseño y producirlo en masa para el ejército, siendo Spencer uno de los encargados de este proyecto.
Cuenta la leyenda que, en 1945, estaba Spencer parado junto a un magnetrón encendido con una barra de chocolate en su bolsillo. Al rato se dio cuenta de que ésta se había derretido. Decidió probar entonces con palomitas de maíz.
La caja diseñada metálica diseñada por Spencer tenía una abertura por la que se introducía la radiación del magnetrón. A partir de las observaciones que hizo ese día, y con las mejoras de otros ingenieros, desarrolló lo que hoy conocemos como horno microondas.
En 1947 Raytheon lanzó al mercado su primer modelo comercial, el Radarange. Estas primeras unidades eran voluminosas: más de un metro y medio de altura y 80 kilos de peso. Además, era bastante caro: cinco mil dólares por unidad. No fue un éxito comercial. Años después se desarrollo un nuevo modelo de magnetrón que ya no se enfriaba usando agua, sino usando aire, lo que eliminó la necesidad de instalar los microondas en lugares fijos dentro de las casas, conectados a tuberías de agua. Esto redujo considerablemente los costos de fabricación. Los negocios de comida rápida fueron los primeros en reconocer el potencial de los hornos microondas y explotarlos. De ahí se saltó a aplicar a todo tipo de usos variados, como deshidratar verduras o tostar café. Para el año 1971 ya el 1% de todos los hogares en los Estados Unidos contaban con una unidad.
Tremendo aporte no pasó desapercibido. Spencer terminó siendo vicepresidente de Raytheon y miembro de alto rango del Consejo de Administración. Durante su paso por esa empresa recibió 300 patentes y uno de sus edificios fue bautizado con su nombre.
Raytheon, por su parte, siguió creciendo. Sobrevivió hasta el año 2020, cuando llegó a tener 75 mil empleados alrededor del mundo y ganancias anuales aproximadas de US$25 mil millones. A pesar de todas las patentes que tenía, más del 90% de sus ganancias provenían de contratos de defensa: llego a ser el mayor productor de misiles guiados del mundo.
*Economista de la Universidad del Pacífico con maestría en periodismo por la Universidad de Gales (Reino Unido). Actualmente miembro del Consejo Consultivo del Grupo Stakeholders.